miércoles, 1 de agosto de 2007

El verdadero cielo

(Inspirado en El otro cielo, de Julio Cortázar)

Estas dos noches, o esta noche, porque a medida que tus palabras van poblando la cama siento que es una y la misma y que el intervalo no fue más largo que el que te tomás entre un punto cualquiera y el principio de la siguiente oración, esta noche, entonces, y a diferencia de otras, jugás a equivocarte. Y yo, complacido con el regalo de la lectura, acepto tu juego y te dejo jugarlo sin poner mis reglas, demasiado ásperas para la ocasión, demasiado terrenales como para permitir que reescribas libremente con tus labios esos cielos que Julio pintó con su pluma. Y así, con tus propias reglas, con adjetivos que se convierten en sustantivos, con verbos que literalmente se pierden entre tus labios y desaparecen y no conozco, me transportás en tu voz de París a Buenos Aires, de la Eiffel al Obelisco, de un cielo a otro y del sueño a la vigilia, en una lucha desigual donde por momentos parece que las pocas horas de descanso de los últimos días, el calor de las sábanas y la suavidad de tu pronunciación se conjugan en una especie de bálsamo somnífero demasiado potente frente a mis deseos de atención. Entonces voy resistiendo los embates del sueño y sosteniendo con esfuerzo el peso de los párpados para poder ver al Sudamericano ahí nomás, apoyado en el marco de la puerta, en silencio y mirándonos, tal vez controlando que cuando llegue su parte tu voz siga al pie de la letras las palabras de Julio, que al final de cuentas tan mal no lo hacen quedar. Pero vos, que si a algo temés no será justamente a un hombre parado que te mira, seguís reinventando a tu manera los cielos de Julio, jugando caprichosamente entre sus palabras. Es cierto que todavía se escuchan amenazantes los rumores sobre Laurent y sus crímenes, pero parece que te importa bastante poco. Y es lógico que así sea: porque tenés el poder en tu boca, Laurent te pertenece. Bastaría con una simple omisión, con una de tus equivocaciones, con que el nombre se te perdiera antes de llegar a ser voz, para que el temible Laurent se convirtiera en nada. Así, convertida en creadora y destructora, con tu poder demiúrgico me seguís llevando de acá para allá, del peligro de una vida chata junto a la prometida insípida hasta el otro peligro, tanto o más grande pero infinitamente más tentador, de las que saben todo sobre el amor rápido de galería. Como Josiane, irresistible cuando nace en tu boca que, esta vez sin errores, la concibe casi perfecta, con una jota que pasa por tu lengua y sale al aire suavizada, como una exhalación que se pega a la o, y a ella la s y así hasta la n, porque la e arruinaría toda la magia y dejarla afuera es, de tu parte, un acto de justicia estética. Y cuando al fin Julio, tal vez asustado por la belleza de Josiane, o resignado ante la sólida rutina que censura sus viajes transoceánicos, advierte que su suerte está echada y que sólo podrá decidir si Perón o Tamborini, yo acomodo un poco la cabeza, sonrío para adentro y me dejo vencer por el sueño implacable, con la certeza de haber elegido, de haber encontrado, por fin, mi verdadero cielo y de tenerlo tan pero tan cerca mío que casi puedo asegurar que lo que en este momento recorre mi nuca son cinco nubes movidas por el viento.


Yiniyán

1 comentario:

spooky buk dijo...

cinco nubes...

muy bueno

:k
(vampiro)