Capítulo 2. Sobre el Mundo que les había tocado en suerte, curiosamente llamado Tierra
De entre todos los Mundos posibles, Djinn y Yiniyán habían nacido en la Tierra. Sus padres eran terrestres y ellos, por elección o destino, o por ambos, se habían convertido en dioses intermitentes.
De pequeña, en sus lares de las gélidas montañas del sur, Djinn jugaba con la Tierra. Y desde las praderas que rodeaban la gran polis del Plata, Yiniyán replicaba el juego. Tierra-terror, gustaba decir Djinn. Tierra sin tierra, se divertía Yiniyán. Tierra tierremotosierra, Tierra. Tierra.guerra, Tierra.perra. Tierra que aterra y tierra que aferra. ierraT (¿ponte herraduras?). Y así vivían en el Mundo Tierra, mientras se preguntaban entre carcajadas por qué los terrestres no habían dado en llamar Agua a su Mundo, Agua, con ese sonido tan acuático, que empieza flotando, se hunde en la u y enseguida vuelve a la superficie.
Los habitantes del Mundo Tierra no eran muy dados a los juegos que atrapaban a los intermitentes. Habían trabajado duramente para cerrar el lenguaje, y con él, la vida poética. Productividad, daño medioambiental, daños colaterales, hasta que la muerte nos separe, porque si… con pocas palabras habían clausurado infinitos sentidos, y con algunos gestos habían enterrado infinitas palabras. Por antiguo que fuera, el dedo índice en alto no había perdido su eficacia. Los ojos atentos se apostaban por todo sitio y sus pupilas rastreaban todo erótico, cómico o trágico intento de trasvestir el lenguaje, de quebrar sus fronteras y nadar en los sentidos vetados, y de convertir así los ojos en ojos que no vean lo que se ve, sino un poco más.
Los terrestres hablaban con una intención objetiva de llegar en un determinado punto, pero eso no es zen. Eso no es arte, no es un desafío y, en la mayoría de las veces, no pasa de la pantomima de un deseo. Djinn y Yiniyán tenían hambre de más que eso. Y sabían que en otros territorios, en las cálidas brasierras tropicales que existían al norte, o en la lejana península transoceánica, existían otros intermitentes con los que podrían darse mutuamente la posibilidad de algún demen.
Pasó el tiempo, y Djinn y Yiniyán descubrieron, un día cualquiera, que eran adultos, y que desde ahora los ojos también mirarían hacia ellos, y les impondrían sus leyes, y ya no gozarían de las exenciones de los infantes. Fue entonces cuando decidieron adoptar su existencia de dioses intermitentes, y se retiraron de este Mundo Tierra hacia la Nada, a observar, a aprender, y a aparecer fugazmente cuando algún intermitente jocoso acepta un desafío de verbos y sustantivos.
Yiniyán
1 comentario:
beleza
brota na terra
se alastra na serra
e tudo soterra
ao léu
beleza não falha
batalha
se espalha
a muralha
estende os braços
pro céu
:)
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