miércoles, 8 de agosto de 2007

Fue un mal día para Raimundo

Empezaba la primavera y las calles parecían más coloridas. Pedro, ajeno a los cambios de estación, corría por el jardín y hacia las mariposas volaren mientras pasaba entre las plantas. Él saltó arriba y cayó en la césped. Quedóse un rato, desparramado, en el suelo - a carcajadas. Levantóse e corrió de novo. El sol de la mañana parecía más alegre en ese domingo. Un calango [pequeño lagarto brasileño, común en el nordeste, en Minas Gerais (dónde yo vengo) e en Amazonia] se asusta com el niño corriendo entre las plantas y abandona su abrigo bajo un pequeño arbusto. Sale a la busca de un lugar más tranquilo para descansar.

Henrique vio que Pedro saltitaba en el jardín y quedóse adelante el portón. Podría llamar el amigo directamente, pero tuvo vergüenza y recelo de parecer entrometido. Llamó al timbre. Pedro paró inmediatamente de correr para mirar quien llegaba en su casa. "Escoba!", gritó de dónde estaba. Después desapareció casa adentro para procurar la llave del portón.

Solo, con las dos manos en el enrejado de hierro que lo separaba del jardín, Henrique odió, por la milésima vez, su irritante apodo. Le gustaba su nombre, y no creía que era justo le llamaren de Escoba apenas porque tenía pelos largos. Ya estaba cansado de pedir a su madre que le cortase el pelo, pero ella decía que él se quedaba muy bonito de aquella manera. Parecido con un tal Djínn Mórrison. Henrique odiaba Djínn Mórrison. Lo que él realmente quería era raspar el pelo, tomar sol por muchos días y quedarse como Máique Táison.

Pedro volvió com la llave. Ahora estaba acompañado por Fanta, su pequeña perra callejera. Fanta era famosa en la vecindad por correr en círculos, tentando morder el propio rabo. Apenas Pedro llamava la perra por su nombre. Los otros preferían llamarla de "Vueltita". Él no se importaba. Era también el único a referirse a la perra como "cachorra" (no hay "cachorra" en portugués correcto). Las personas lo corrigían, pero él creía que cada palabra tenía su sitio, y guardaba "cadela" (forma correcta, pero sinónimo de "rameira") para las discusiones con su hermana.

- Oye, Escoba. ¿Quieres saltitar en la césped?

- No sé, Cabeza. Estaba pensando en ir al club.

Pedro no era cabezudo, pero Henrique hacia aquello como venganza por su propio apodo. Quedanse en silencio por algunos segundos. Una decisión esta siendo tomada. ¿Por qué irse al club? ¿Por qué no?

- Vámonos!

Los dos niños caminan por la calle y charlan despreocupadamente. ¿El Linterna Verde es más poderoso que el Batman? Claro que si! Pero el Batman es más inteligente, y es siempre poderoso, mismo si no tiene su cinturón de utilidades...

Pedro crea en su cabeza la imagen de que algún de los oitis plantados en la vereda es, en realidad, un enemigo ninja. Corre hasta ella e da una patada voladora en el tronco de la árbol. Siguen caminando. Henrique hace el pino y anda algunos pasos com las manos. Quiere mostrar que también sabe sus truques.

- Mira eso... - dije Pedro.

En realidad, él aún no sabía o que hacer, pero tenía que ser algo impresionante. Mientras pensaba, decidió posar. Cerró los ojos. Abrió las piernas un poco y levantó bien los brazos. Henrique miraba todo aquello con grande expectativa.

Pedro aún no conseguía pensar en nada, pero, en un brusco movimiento, bajó los brazos. En ese mismo instante, un rayo cortó, inexplicablemente, el límpido azul del cielo y reventó contra el suelo, cerca de cien metros de los niños. Henrique quedóse maravillado. Tenía que aprender aquello! Consideró que el silencio de Pedro significaba concentración. No sabía que su amigo quedábase paralizado del susto, sintiendo que iba mear los pantalones.



Matilde temió por su vida cuando el rayo reventó tan cerca. No vio lo acontecido, pero sintió todo. Por lo minos hasta dónde podía sentir alguna cosa. Aquello no estaba bien - un rayo bajando en aquella situación. Ella no sentía el viento ni las gotas de lluvia. Sólo el toque acojedor del sol de la mañana. Alguna cosa estaba muy errada por allí. Y ella siquiera podía correr.

Sentía un poco de envidia de las personas que pasaban caminando. A veces, corriendo. Matilde gustaría de moverse más. Quizá por eso le gustaba tanto el viento.

Quedábase muy aburrida. Todo el día, toda la vida en el mismo lugar. Una de sus únicas diversiones era jugar al Ninja con un niño de la vecindad. También gustaba del viento, como fue dicho. Gustaba de las cosquillas que la lluvia hacia en sus hojas cuando caía. Y de la refrescante sensación que venía después. De la bandada de gorriones que buscaban amparo en sus ramas cuando atardecía. Ellos cagaban mucho, en realidad. Pero Matilde no comparte el sentimiento humano de aversión por los excrementos. Para ella, es adobo. Agradable. También le gustaba el sol suave, como el de aquella mañana. Pero de rayos no gustaba. Eran muy peligrosos y sobrecogedores.

Quedóse un poco más tranquila cuando percibió que Roberta estaba en la terraza, justo allí en frente. Era una buena persona. Cuidaba de Matilde y era la única que la llamaba por su nombre. Fue Roberta, inclusive, quien bautizó Matilde de aquella forma. Quien le dio identidad. Los otros seguramente no sabrían diferenciarla de su compañera, plantada a veinte metros adelante.

Roberta era diferente y a Matilde le gustaba mucho. Si tuviese la oportunidad, le gustaria llamarle de mamá.



Fanta quedóse triste cuando su dueño salió de casa. No tenía nada para hacer y resolvió perseguir el propio rabo para pasar el tiempo. Antes de empezar, miró alrededor para ver si tenía alguien cerca. No le gustaba más hacer eso cuando las personas estaban mirando. A ellas le gustaban. Le gustaban demasiado, y era ese el problema. Siempre querían más y más. Cuando la perra intentaba descansar un poco, ellos tiraban su rabo y ella tenía que hacer todo de nuevo. Si ella no hacía, ellos quedábanse irritados. Golpeaban, con fuerza, los pies en el suelo. Gritaban y hacían mucho ruido para que ella se quedase con miedo y humillada.

Terminada la evaluación del alrededor, segura de que no había nadie cerca, Fanta volteó hasta quedarse mareada. Paró un rato para tomar aliento, pero, antes que pudiese jadear por la primera vez, una explosión gigante vino de más allá del portón. Alguien, o alguna cosa, estaba muy irritada. Mejor continuar con la cosa del rabo. Rodopió más rápido que nunca



Raimundo se deleita bajo las hojas del arbusto (Pingo-de-ouro). La temperatura esta preciosa. Que bella mañana de primavera! Una agitación súbita en la paisaje y él percibe dos pies alborotados que corren por el jardín. Es el fin de la tranquilidad. Aquel sitio es pequeño de más para que un niño alegre y un poco de sosiego ocupen el mismo espacio.

Existe alguna hesitación para bajar el trozo de muro que le separa de la calle. Raimundo se esta haciendo viejo. Pero lo que le falta de fuerza, él compensa con sabiduría. Percibe rápidamente los mejores sitios para colgarse.

Ahora esta en la vereda. Ninguna sombra bendecida por allí. Cruza la calle para evitar otro niño, adelante el portón. A algunos de ellos le gustan lanzar piedras en Raimundo. Ser apedreado no es o que él tiene en mente para aquella mañana.

Intenta algunos sitios, pero no encontra ningún satisfactorio. Quedáse un rato bajo una hoja caída de un castaño, pero considera que la vista es muy limitada de allí. Además, sabe que, en un escondrijo tan frágil, corre lo riesgo de ser atropellado por algo.

Continua por la calle. Percibe que los niños están cerca otra vez y se esconde en una rajadura en el cordón de la vereda. Deja que ellos se alejen hasta una distancia segura. Que día difícil... ¿Será que él no podrá aprovechar aquella mañana tan propicia para un poco de descanso y paz?

Percibe un sitio promisorio. Necesita averiguar.Él levanta un poco la cabeza, intentando ver mejor. Confirmado. Sí! Aquel era el sitio perfecto. Tiene la impresión de que un rayo de sol se insinúa com más intesidad sobre un rosal. Un poco más de imaginación e podría oír lagartijas aladas cantando.

Si las cosas continúan así, él está seguro de que encontrará una rica cucaracha, deliciosa, para el almuerzo. "¡Gracias, Grande Lagarto!". Es siempre importante agradecer ese tipo de bendición. Quedáse un rato contemplando aquella sombra perfecta. Nunca llegó hasta allá. Fue un mal día para Raimundo.



El día está bonito allá fuera y Roberta está feliz. Ella prepara el desayuno. Sabe que Beto, su marido, se levantará en cualquier momento. Sabe que él se levanta con hambre en el domingo. Sabe muchas cosas sobre él. Quizá más cosas do que le gustaría saber.

A ella, él no le gusta más - no como antiguamente. La vida era difícil. Su mamá decía que ninguna mujer podría haber se casado con alguien conocido por los amigos como Carne-Seca. Su mamá le calificaba de gañán y de borracho. Pero, a Roberta, nada de eso importaba. Lo que la desagradaba, en realidad, era la insistente manía que él tenía de dar buenos días a sus botellas de coñac. Aun así, ella tentaba ser comprensiva. Además, la vida era difícil para todo mundo.

Ella tiene cuidado para no quemarse cuando agarra la sartén, con un trapo, por la orilla. El cabo rompió hace algún tiempo y nadie había pensado en comprar otro. La tortilla se agarró en el fondo y fue transformada en huevos mexidos. Una vez terminado eso, puso los huevos en un plato y camina hasta la sala de estar. Recoge el pan, la manteguilla, café y leche. Recoge Carlinhos, el gato de cerámica, para adornar la mesa. Desde pequeña, ella tiene la íntima manía de dar nombres a sus amigos inanimados - a las cosas inofensivas; a las cosas que no se aprovechan de su fragilidad. Camina hasta la nevera para recoger queso y jamón. Quedase indecisa cuanto al yogurt.

Beto bate la puerta de su habitación y tropieza hasta la cocina. Abre la puerta del armario e dice: "Buenos días!", pero Roberta sabe que el cumplimiento no es para ella. Pregunta se él quiere yogurt. "No. No tengo hambre".

Ella se va hasta la mesa e empieza a comer sola. Beto pregunta por qué no hay panqueques. "Yo las haría, pero tú dije que no tiene hambre...". Quedanse en silencio. Él se acerca de dónde Roberta esta sentada y la levanta por los pelos. Amenaza un puñetazo con el brazo. "Si yo no tengo hambre, eso es mi problema. Tiene que haber panqueques todos los días". Ella está con suerte en aquella mañana. El puñetazo no viene. Ella se pone a llorar bajito. De cabeza baja. "Mira, Dorado...", él dice al coñac, "Si nosotros relajamos solo un poquito, ellas quedanse confiadas". Vuelve para su habitación, abrazado a la botella.

Roberta corre para fuera de la casa y intenta piensar en el lado positivo: es bueno tener un hombre fuerte en la casa. Sentada en la terraza, ella intenta parar de llorar. Está muy triste para importarse con el niño que pasa descargando una patada en la árbol adelante de la casa. Le gustaria saber el que hacer. Espera por cualquier tipo de señal.

Roberta limpia las lágrimas para mirar mejor alguna cosa que llama su atención, en medio de la calle. De repente, aquello se pasa e ella se asusta. Aún no sabe si está más impresionada con el calango que, en medio de la calle, encaraba su jardín con la cabeza erguida y parecía sonreír, o com el rayo que cayó encima de él.


:)